La industria editorial en Cuba durante la República Mediatizada, 1902-1959

Autor: Pedro Ramón Pérez Bretos.

El 20 de mayo de 1902 se fundó la República de Cuba, después de más de 30 años de lucha de nuestro pueblo por su independencia contra la colonia española, y maniatada por la intervención del gobierno de Estados Unidos de América, que intervino en el último año de la guerra -cuando ya el ejercito español estaba prácticamente derrotado por el ejército cubano- y le impidió a los generales cubanos participar en el Tratado de Paz de París de 1898, al negarle al ejército cubano su beligerancia en la guerra. En ese tratado España entregó a los norteamericanos las posesiones que le quedaban en Asia y en América, con Cuba y Puerto Rico incluidas.

Después de cuatro años bajo el dominio de un gobernador impuesto por los norteamericanos, se le «concedió» a Cuba la independencia con la condición de imponer en la constitución de la república una «enmienda» que limitaba la independencia del país, concediéndole al gobierno norteamericano el derecho de intervenir en Cuba si consideraban en peligro sus propiedades o la democracia del gobierno de la isla, razón por la cuál Cuba fue desde el 20 de mayo de 1902 una República Mediatizada por el poder del gobierno de los Estados Unidos de América.

Por eso, con la república fue peor la situación del desarrollo de la industria editorial en Cuba, era difícil ser editado y más aún ser leído.

Las dificultades:

Al instaurarse la República, las leyes no favorecieron una imprenta nacional como soporte imprescindible de la publicación de libros, según nos cuenta José G. Ricardo en su libro La imprenta en Cuba:

“Con fecha 30 de julio de 1902, el Gremio de Industriales del Ramo de Imprentas de La Habana dirigió al Gobierno central de la nación un documento donde se oponía resueltamente a que se creara una imprenta oficial, pues ello ─afirmaban los industriales─ lesionaría sus intereses, sin beneficio alguno para el Estado»

Con la excepción del texto escolar (…) el autor reunía dinero como podía, o firmaba un contrato a plazos o por suscripción para la edición de su obra, cuyo proceso de impresión no se iniciaba hasta que no estuviera entregado el último centavo de la cantidad estipulada por el impresor. Después, el propio escritor diseñaba y corregía su obra durante el proceso de imprenta. (Smorkaloff, 1987:32).

En 1917 se publicaron 517 libros; en 1918, 503, y al año siguiente, 528; según época de “vacas gordas” o “vacas flacas”, la cifra podía subir o bajar dentro de ese rango en las primeras tres décadas. Por los años 20 se imprimían libros de poesía, Derecho, Medicina, Historia de Cuba, e incluso teatro; y unos pocos de Química, Física, Biología y Matemática. (Estos y otros datos pueden hallarse en Bibliografía cubana, una serie de textos preparados en el Departamento de la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí, por Marta Dulzaides Serrate, Norma Fernández Ugalde, Elena Graupera Arango y Elena Cabeiro Gil, publicados en La Habana entre 1970 y 1979).(José G. Ricardo, obra citada.)

Una buena parte de las editoriales cubanas del llamado período republicano hacían libros y folletos de muy baja tirada y a un precio inaccesible para la mayoría de la población alfabetizada, según el salario promedio; en casi todas, el primer objetivo era sobrevivir en un mercado deprimido, pues tenían que competir con el libro importado, con muy pocas utilidades. Por eso grandes escritores cubanos como Nicolás Guillén, Juan Marinello, Jorge Mañach y Alejo Carpentier editaban sus libros fuera de Cuba.

El 16 de agosto de 1925 Julio Antonio Mella y Carlos Baliño fundaron el primer Partido Comunista de Cuba (PCC). Una organización política que surgió en una etapa sumamente difícil y que pasó la mayor parte de su vida en la clandestinidad o en la semis-clandestinidad, pero que fue imprescindible para materializar los anhelos de una revolución social en Cuba. (Cubadebate)

Carlos Rafael Rodríguez

…los experimentos editoriales más duraderos de la etapa republicana, o eran sostenidos económicamente por sus propios fundadores, o contaban con el respaldo del Partido. “Páginas” fue la editorial del primer Partido Socialista de Cuba, dirigida, desde su fundación a principios del 40, hasta su desaparición en el 50, por Carlos Rafael Rodríguez. (Smorkaloff, 1987:81)

En 1940, el Partido Unión Revolucionaria —era como se llamaba entonces— decide crear la Editorial «Páginas», una librería y una emisora radial —Mil Diez— el 1° de abril de 1943, aprovechando la legalidad de dicho Partido (…). Se proponía llevar el arte y las corrientes nacionales e internacionales de la cultura contemporánea a las masas, facilitando la distribución de la literatura entre los lectores.

Todas las tiradas (…) eran masivas y los libros se vendían muy baratos (…). La editorial funcionaba en el mismo edificio donde estaba radicada la librería (…). Tenían una imprenta que no era parte de la editorial, pero sí del Partido, fue la Imprenta Tipografía Flecha (…). “Páginas” preparó una edición cubana —masiva—del Manifiesto Comunista, y, por primera vez en el país, el Árbol Genealógico de Darwin. La librería de “Páginas” era un centro cultural, un lugar de encuentro para los escritores, para toda la intelectualidad progresista. (Smorkaloff, 1987:81)

Otra iniciativa editorial loable de estos primeros años, gestada en el centro de la isla gracias al talento y el empuje Samuel Feijóo, fue la editorial de la Universidad de Las Villas fundada por él en 1958.(Moya Méndez, 2012)

Producto de esta labor, y entre 1958 y 1968, aparecieron por primera vez en Cuba, y en grandes tiradas, libros como El Cuentero, de Onelio Jorge Cardoso; Biografía del Tabaco Habano, de Gaspar Jorge García Galló; Contemporáneos, de Marcelo Pogolotti; Memorias de una cubanita que nació con el siglo, de Renée Méndez Capote; El pan de los muertos, de Enrique Labrador Ruiz; Lo cubano en la poesía, de Cintio Vitier; Idea de la estilística, de Roberto Fernández Retamar; Tengo, de Nicolás Guillén; Tratados de La Habana, de José Lezama Lima; Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, de Fernando Ortiz; y muchos títulos del propio Feijóo, como su
Sabiduría guajira, refranes, adivinanzas, dicharachos, supersticiones, cuartetas y décimas antiguas de los campesinos cubanos, o su popular Juan Quinquín en Pueblo Mocho. (Moya Méndez, 2012)

Las causas:

En El Libro en Cuba, publicado en 1949 por la Cámara Cubana del Libro, se enumeraban entre otros males que aquejaban a la edición, la falta de apoyo oficial a su producción, los presupuestos estatales ridículos para la compra de libros y la falta de hábito de lectura en la población. (Rolando Rodríguez (2001:3)

No podía ser de otra manera cuando se permitía que en el país hubiese más de un millón y medio de analfabetos y otros millones más con niveles inferiores al segundo y tercer grado de primaria.

La producción de libros en la república mediatizada estaba reducida a textos para la enseñanza vendidos a altos precios y, básicamente, para las escuelas privadas. Del presupuesto correspondiente a los años 1949-1950 del Ministerio de Educación, ascendente a $5,994,059.75, solo se destinaba el 0,01 por ciento para la compra de libros a bibliotecas y escuelas públicas. El Estado cubano no tiene una política del libro; no siente una preocupación ante los problemas del libro. (Cámara Cubana del Libro, 1949).

La cifra que se maneja —menos de un millón de libros producidos anualmente en Cuba antes de 1959— es una reconstrucción hecha a partir de las pocas existentes y de la memoria de los viejos libreros y regentes de las imprentas privadas. Si carecía la república de una política del libro, poco podía interesarle desplegar un sistema de control y documentación de la producción librera. (Smorkaloff, 1987:22-23).

En el informe al I Congreso del Partido Comunista de Cuba, se lee que los libros editados antes del triunfo revolucionario se calculaban en 0,2 por habitante, aunque en los estantes de las librerías se hallaran obras que llegaban del exterior para satisfacer la demanda de minorías que tenían recursos para comprar libros, aunque había grandes bibliotecas privadas pertenecientes a familias antiguas y opulentas,  o personas que a veces, sacrificaran parte de su salario para llevarse algún libro anhelado a su librero.

El resultado:

Sin embargo, llama la atención que permeados por una cultura banal cuyos aires soplaban desde el norte, no pocos de quienes amasaron fortunas en las últimas décadas de la primera mitad del siglo XX parecieron ignorar la lectura. ¿Una prueba?: véase el ideal de vivienda que ordenaban construirse y no se encontrará lugar para la biblioteca y, sin embargo, podrá fácilmente determinarse la existencia del bar. Esto, por no citar el caso de personajes, dignos de historias bufas, ignorantes por vocación, que según el testimonio de libreros nada embusteros encargaban libros por metros y color de la encuadernación. El lomo de la terminación francesa colocado a sus espaldas pretendía darles la respetabilidad de una cultura solvente, que en realidad resultaba apócrifa. (Rolando Rodríguez (2001:4)

 La falta de interés en el libro y la lectura eran mayores en el interior del país, ya que, antes del triunfo de la Revolución, el mayor por ciento del salario nacional se pagaba en La Habana que, sin embargo, solo contaba con el 20 % de la población de la isla.

Eso solo para buscar otro indicador que nos ayude a comprender por qué la poca venta de libros en el país y, por tanto, la ausencia de lectura -al menos la que se conoce como lectura aparente, es decir, libro vendido libro leído.

Pero, aunque la falta de capacidad de compra y el analfabetismo resultaban parte componente de la falta de interés por la lectura, la causa principal era la ausencia de un clima cultural y social para incentivar la lectura y crear el hábito de leer. Hablando claro puede decirse que comprar libros era malgastar dinero: ¡No hacía falta leer!

Objetivos de esa política:

Sin embargo, el sistema no olvidó la importancia de la letra y la imagen impresas. De lo poco publicado una buena parte corría en apoyo de aquella sociedad sórdida. El comic se convertía así en medio de comunicación y su mensaje contribuía a servirle de sostén al sistema. Junto con los alienantes personajes de la novela rosa, los muñequitos de la tira cómica resultaban agentes multitudinarios de la idiotización social y la evasión. (Rolando Rodríguez (2001: 5-6)

Foto de portada de un cómic.
Portadas de «novelitas rosas».

En Cuba había algunas imprentas grandes que tenían vínculos con el capital norteamericano, como Omega, donde se imprimía Selecciones del Reader’s Digest, y en aquel momento tenían equipos relativamente modernos, pero muy limitados. (…) Los negativos industriales venían de Estados Unidos. (…) Éramos manufacturadores de productos intermedios. Aquí el proceso estaba limitado. La fotomecánica tenía algunos equipos para otras producciones comerciales, la etiquetería de los productos, las cajas de los detergentes y demás, pero era para eso, no para hacer libros ni revistas.1. (Smorkaloff, 1987:120)

Portada de Selecciones de Reader´Digest

Para concluir, coincidiendo con Rolando Rodríguez podemos afirmar que:

Foto de la fachada de la librería Minerva.

En Cuba, apenas había editoriales y las que tenían abiertas sus puertas, como Cultural, Lex o Minerva, editaban sobre todo libros escolares o utilitarios, como los códigos legales, pero la literatura y las ciencias, entre ellas las sociales, no encontraban prácticamente un nicho de mercado que justificase la edición. Como el mercado determina casi todo en una sociedad capitalista, podía resultar que se escribiese en Cuba un nuevo Quijote, pero aquí no cabalgaría.  (Rolando Rodríguez (2001: 6-7)

Bibliografía:

SMORKALOFF, PAMELA MARÍA. 1987. Literatura y edición de libros. La cultura literaria y el proceso social en Cuba, 1900-1987, p. 372, La Habana, Ed. Letras Cubanas.

Cubadebate, 16 de agosto de 2023.

MOYA MÉNDEZ, MISAEL (2012): “La década editorial de Samuel Feijóo”, Sesenta años después, p. 160, Ed. Capiro, Santa Clara.

La Cámara Cubana del Libro, 1949.

RODRÍGUEZ, ROLANDO (2001): “Génesis y desarrollo del Instituto Cubano del Libro (1965-1980): Memoria y reflexión”, en Debates Americanos, no.11, pp. 65-80, ene.-dic., La Habana.

José G. Ricardo: La imprenta en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989, p. 118.

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