La familia Boloña y el desarrollo de la imprenta en Cuba desde finales del siglo XVIII
Autor: Pedro Ramón Pérez Bretos
Como nos relata Aracelis Bedevia en su artículo del 2 de febrero de 2017 en la versión digital del diario Juventud Rebelde, cuando el joven tipógrafo Esteban José Boloña compró su imprenta al naviero Azpeitia y pidió licencia al Cabildo para abrir su establecimiento, del que salieron a partir de 1780 importantes impresos, no imaginó quizá que su hijo José Severino, quien heredó el negocio en 1817 a su muerte, se convertiría en las primeras décadas del siglo XIX, en el mejor impresor de la Isla. Tampoco sospechó que su apellido nombraría el sello de una de las editoriales cubanas más prestigiosas.
Sus orígenes

En la información contenida en el artículo Los Boloña publicado en el Programa Cultural del Museo del Segundo Cabo el 14 diciembre del 2020, se narra que los Boloña fueron una familia de impresores habaneros cuyo desempeño en el oficio marcó la historia de la imprenta en Cuba.
Esteban José Boloña estableció su taller en La Habana en 1776. A su muerte, en 1817, ostentaba los cargos de impresor de la Marina, de la Curia Eclesiástica, del Tribunal del Santo Oficio e impresor de la Cámara del Rey.
José Severino Boloña sustituyó a su padre en el oficio con un gran espíritu de superación e ideas revolucionarias para su época, que lo llevaron a convertirse en el impresor más sobresaliente del siglo XIX en Cuba.
Según J. G. Ricardo en su libro La imprenta en Cuba, su taller era de los más modernos y sus impresiones podían competir con las realizadas en Europa. De sus prensas salieron obras muy relevantes como Teatro histórico, jurídico y político-militar de la Isla Fernandina de Cuba (1789), de Ignacio José de Urrutia, uno de nuestros primeros libros de historia. En 1797 publicó el estudio de Tomás Romay sobre el vómito negro y ese mismo año imprimió la primera defensa de la cirugía publicada en Cuba, realizada por el médico español Francisco Javier de Córdova.
Imprimió también la primera novela cubana, El espetón de oro, de Cirilo Villaverde, y la publicación del periódico La Mujer Constitucional, entre 1820 y 1823, cuyo lema era «No siempre las mujeres han de tratar de dijes y alfileres».
La modernización de la imprenta de J. S. Boloña con las nuevas tecnologías
En 1836 José Severino presentó al público su catálogo de tipos y viñetas: Muestra de los caracteres de Letras de la Imprenta de Marina de la propiedad de Don José Severino Boloña establecida en la casa número noventa y cinco de la calle Villegas.
Y allí expresa Boloña en su reclamo comercial, que ofrece:
“gran acopio de caracteres y viñetas cual no se habían visto hasta este día en esta ciudad, y cinco prensas de patente de primer orden, con todos sus utensilios, principalmente una de ellas de un tamaño extraordinario, de máquina de nueva invención, en la que un niño puede trabajar con la mayor facilidad y prontitud; dos prensas de cortar impresiones y otra de marca mayor para aprensarlas, hecho venir todo con especial encargo de España, Francia y los Estados Unidos de América.”
Boloña había logrado renovar su imprenta, poniéndola a la altura de los últimos progresos técnicos y lista para competir con cualquier otra empresa editora. Logró cumplir lo que en versos este impresor-poeta había dejado escrito en el prólogo de su muestrario:
“De la imprenta el arte extraño
Es un milagro a fe mía:
Mas imprime ella en un día
Que se escribe en todo un año.”
En la década de 1990 se fundó fundó Ediciones Boloña, Sello editorial de la Oficina del Historiador de La Habana, en homenaje a esta trascendental familia en el oficio de la imprenta. La editorial publica temas de carácter histórico y patrimonial, en un amplio conjunto de disciplinas, géneros y autores.
Desde su nacimiento en la década de 1990, Ediciones Boloña sobresale por la riqueza de su contenido y la belleza de sus diseños. Sus producciones han sido premiadas en variadas ocasiones y aumentan cada año, sin que eso menoscabe la alta calidad y preciosismo que le caracterizan. Sus presentaciones se realizan en la Calle de Madera, de la Plaza de Armas.
El orgullo de un oficio
En La esquina de Padura (Redacción IPS, Cuba, 9 agosto, 2011), Leonardo Padura, novelista cubano Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, escribió que aunque para la gran mayoría de los jóvenes que utilizan la computadora como una herramienta que les sirve para escribir –entre muchas otras operaciones–, que una fuente de letras se llame Garamond nada significa. Incluso pueden saber que a las mayúsculas les llamen también altas y a las minúsculas, bajas, sin que tal información les provoque curiosidad, interés por saber qué hay detrás.
Obviar el pasado, es uno de los errores más frecuentes en un segmento de las últimas generaciones y Padura nos recuerda que en 2011, se cumplieron diez años de la edición facsimilar de un libro que rindió culto a otro, que a su vez era de un hombre y su profesión, la de impresor. Ese hombre fue el habanero José Severino Boloña, y el libro referido es Muestras de los caracteres de letras de la imprenta de Marina de la propiedad de Don José Severino Boloña, establecida en la casa número noventa y cinco de acalle de Villegas. El pie de imprenta declara: Habana, Imprenta de la Marina de este Apostadero por S.M. Año de 1836.
En el prólogo de ese volumen, bajo el título Noticia del arte de la imprenta y algunos de sus privilegios, J. S. Boloña escribe:
“…Con el nombre de Imprenta significamos, tanto la misma Arte, como el obrador u oficio donde se ejerce. En latín se dice Typographia, de las voces Typis, que significa forma, figura o molde y grapho, que significa escritura.”
El nombre de Impresor, aunque tomado de la última operación del Arte, que es imprimir, es común a todos los artífices u oficiales de ello, así a los Compositores o Cajistas, como a los Prensistas o Tiradores: porque para el efecto de la impresión todo es necesario, el estudio y la destreza de unos, y el cuidado y la fuerza de otros. Por la misma causa de cooperar a ello con su gobierno, industria o providencia, no solo a los Regentes de la Oficina, sino a los mismos dueños de ella conviene el nombre de Impresores o Typographos.
En su libro, J. S. Boloña no solo muestra el orgullo que el impresor siente por su oficio y la excelencia de su taller, sino también su capacidad empresarial –como diríamos ahora–, al disponer ante el lector la amplia variedad del servicio, como se expresa en la última página:
“En esta misma oficina se imprime también con tinta de todos los colores, hasta de blanco sobre negro; pues según lo tiene acreditado desde tiempo inmemorial, sus tintas han sido las mejores, sin necesidad de hacer venir de otros países el barniz para ellas, porque el Impresor lo hace como el mejor, según y conforme lo aprendió de su difunto Padre cuya habilidad fue bien notoria; igualmente se doran las impresiones”.
Está estructurado en dos grandes bloques: primero, el catálogo de tipos; y segundo, el catálogo de signos, abrazaderas, bigotes, rayas y viñetas. Si la muestra de letras es perfecta, la de viñetas es definitivamente maravillosa. Es el ingrediente que quintaesencia el libro, el que lo convirtió en objeto de culto.


En su libro Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña, publicado en La Habana en 1968, Eliseo Diego recrea con la magia que le es propia –la poesía– todo el universo simbólico de Boloña, sus viñetas, disponiendo un formidable juego de espejos entre unas ilustraciones y otras, entre uno y otro libro. En su introducción, escribe:
“Más que muestrario sin duda, Don Severino, amigo de los juegos, ha impreso una Obra sobre las artimañas del Tresillo, y juega a la criptografía con sus tipos de letras mientras simula relatar la Historia de la Imprenta. Mucho más que muestrario, por supuesto”.
Y agrega que:
“Tanto más que es todo un juego del que Don Severino es el primer maestro y árbitro, poniendo él sus propias leyes que sólo él comprende cabalmente”.
Pienso que J. S. Boloña es parte de la leyenda cultural cubana a la cual contribuye Diego en su homenaje. Sería improbable encontrarle un semejante en el siglo siguiente porque las relaciones de producción son otras, pero siguieron existiendo impresores que honraban el oficio.
José G. Ricardo, en su libro La imprenta en Cuba (en 1958), informa que existían en la Isla unas 70 imprentas, establecidas en 45 ciudades o poblaciones, pero evidentemente esa cifra solo recoge los talleres importantes y no las pequeñas, e incluso medianas imprentas.
Padura comenta que es posible encontrar en La Habana y también en otras localidades imprentas con chibaletes, una estructura de madera donde se colocan las cajas de tipos sueltos; así como componedores de madera o metal, para “parar” los textos que luego son emplanados en la “rama” –una estructura de hierro rectangular– calzados con cuñas y maderas, para finalmente ingresar el “molde” en la platina de la máquina de imprimir, tal vez una Chandler de las que llamaban “minerva” en el siglo XIX.
El nombre de Impresor, aunque tomado de la última operación del Arte, que es imprimir, con todo eso es común a todos los artífices u oficiales de ello, así a los Compositores o Cajistas, como a los Prensistas o Tiradores; porque para el efecto de la impresión todo es necesario, el estudio y la destreza de unos, y el cuidado y la fuerza de otros; y por la misma causa de cooperar a ello con su gobierno, industria o providencia, no sólo a los Regentes de la Oficina, sino a los mismos dueños de ella conviene el nombre de Impresores o Typographos.
El autor del célebre catálogo tipográfico, en la citada introducción, dejó escrito:
“La imprenta que es símbolo de eternidad: a lo que parece alude N.P.S. Agustín, cuando expresa que lo que pronuncia la voz pasa y se olvida; pero lo que se escribe se perpetúa: con mayor razón podremos decir lo mismo por lo que se imprime”.
Si imprimir es eternizar, según la conclusión de Boloña; ya él logró conseguirse una parcela en la eternidad. El orgullo por el oficio, acrecentado, se le convirtió en vanidad. Quizás podremos encontrar un tipógrafo en el siglo XXI, pero sin el crecido orgullo de Boloña; ahora, quien aspira a la fama, lo intenta en la red de redes. Aunque tendrá que esperar, la eternidad demora.
Bibliografía:
- Bedevia, Aracelys. «Boloña cumple sus promesas«. Diario Juventud Rebelde. Edición digital del 2 de febrero de 2017,
- Programa Cultural del Museo del Segundo Cabo. Artículo «Los Boloña» y fig. 1. Publicado en su Programa Cultural el 14 de diciembre del 2020.
- Ricardo, J. G. La imprenta en Cuba y fig. 2. Editorial Letras Cubanas 1989.
- Padura, Leonardo. «El orgullo de un oficio». La esquina de Padura, Redacción IPS. Cuba, 9 de agosto del 2011.
- Diego, Eliseo. Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña y fig. 3. Editorial Letras Cubanas. La Habana, 1968.
- Boloña, J. S. Muestra de los caracteres de letras de la Imprenta de Marina propiedad de Don José Severino Boloña. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001.
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