Eduardo Facciolo, precursor de la prensa revolucionaria del siglo XIX

La historia de la imprenta cubana tiene en Facciolo una de sus grandes figuras, al convertirse en uno de los primeros representantes del gremio de linotipistas que desafió la censura colonial y ofrendó la vida por la independencia de su pueblo.

Eduardo Facciolo Alba, nació el 7 de febrero de 1829, en el habanero pueblo de Regla. Hijo de Carlos Facciolo, natural de la ibérica ciudad de Cádiz y de la criolla María de los Dolores Alba. Comienza los estudios primarios en la escuela elemental de varones de dicha localidad costera. Indicios de una clara inteligencia se encuentran en su expediente académico, donde consta que a los nueve años ya formaba parte del alumnado de octava clase, el grado más adelantado de la época. Más tarde, en la búsqueda de empleo que ayude al sustento de la familia, el joven Facciolo comienza a formarse en el oficio de tipógrafo en la imprenta literaria de Domingo Patiño, en la capital.

En 1844 es fusilado el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, acusado de participar en la conspiración de La Escalera, hecho que marca la vida del joven. Incluso hace manifestaciones en protesta contra la cruel tiranía que ejerce el gobierno colonial español sobre Cuba, ganándose fuertes reprimendas de su padre, y de su padrino el capitán pedáneo de Regla, Guillermo González. Posteriormente pasa a desempeñarse como cajista en varias tipografías, hasta que en 1844 ingresa al taller que edita el periódico Faro Industrial de La Habana, del cual llega a ser regente.

Durante esos años se convierte en un linotipista cuidadoso y diligente, teniendo la oportunidad de conocer a lo mejor de la intelectualidad de la época y a su vez impregnarse de los ideales revolucionarios que empiezan a estremecer al país. Contemporáneos suyos lo describían como “hombre de buen carácter, franco y desinteresado, sin vicios, laborioso, económico y amante decidido de toda idea liberal y amplia.

Tras la clausura del Faro Industrial de La Habana, en 1851 por parte del Gobierno, Facciolo queda sin empleo, dedicándose a trabajar la cigarrería en su casa de Regla. Hasta allí va a verlo en 1852 el periodista Juan Bellido de Luna, uno de los jefes de la conspiración llamada de la Vueltabajo (porque el alzamiento armado debía efectuarse en Pinar del Río), proponiéndole la impresión de un periódico que contrarrestara la campaña de insidia que la prensa española vertía sobre los criollos.

La aceptación por parte de Facciolo lo convierte en la mano ejecutora del proyecto, que pone en circulación, al poco tiempo, el periódico La Voz del pueblo Cubano, órgano de la Independencia”. Impreso a dos columna, con formato 30 x 20 centímetros, el periódico vio la luz el 13 de junio de 1852. En su primer número consignó que: “este periódico tiene por objeto representar la opinión libre y franca de los criollos cubanos; propagar el noble sentimiento de la libertad de que debe estar poseído todo pueblo culto”.  Llamaba a los cubanos a luchar contra el colonialismo español. La Voz del Pueblo Cubano, es precursor de la prensa revolucionaria cubana.

Al invadir la calle la cifra de dos mil ejemplares impresos comienza a generarse, por una parte, el desconcierto de las autoridades, y por otra, la alegría de los criollos (que buscaban y leían con avidez el periódico).  Fue la primera publicación clandestina editada en plena ciudad de La Habana. Luego de la edición de tres números y producto de una delación, Facciolo es detenido el 23 de agosto de 1852 mientras imprimía el cuarto ejemplar. En gesto viril, sumió toda la responsabilidad por la edición del primer periódico clandestino hecho en Cuba.

El 28 de septiembre de 1852, le fue aplicada la pena de muerte en garrote vil, en la explanada de La Punta. Horas antes de ser ejecutado escribió el emotivo y patriótico poema:

         “A mi madre”

     Madre del corazón, tu puro acento

     No demande favor a los tiranos

     A mí me inspira el noble sentimiento

     De morir por mi patria y mis hermanos.

     No llores, no, los asesinos gozan

     Mirando mi suplicio y tu agonía;

     No les hagas comprender que ellos destrozan

     Tu seno maternal, no, madre mía.

     Que siempre la cubana honrada

     Cumple con un deber, nuca se humilla,

     No se presenta en lágrimas bañadas

     Ni ante infante verdugos se arrodilla.

     Perdona, sí, perdona, madre mía,

     Si en cambio a tus desvelos y ternezas

     Te muestro con sarcástica alegría

     En lo alto de un cadalso mi cabeza.

     No turbes, no, mis últimos instantes,

     No turbes la quietud de mi conciencia,

     Háblame, sí, con gritos incesantes

     De patria, anexión, independencia.

     No turbes, no, mis últimos momentos,

     Ellos dulces serán y bendecidos

     Por la mano de dios y los acentos

     Que gratos llegaran a mis oídos.

     Perdóname y bendíceme; yo expiro

     Con la fe de los mártires; ya espera

     El verdugo por mí; toma un suspiro,

     Paz, adiós y mis lágrimas postreras.

Eduardo Facciolo contaba al morir 23 años.