Los tipógrafos de Chicago
Por: Ivón Muñoz Fernández
George Engel, Michael Schwab y Adolph Fischer fueron tres dirigentes obreros estadounidenses de origen Alemán, acusados por los sucesos de Haymarket, que dieron origen a la celebración, a partir del 1 de mayo de 1890, como Día internacional de los trabajadores. George, Michael y Adolph eran tipógrafos de profesión.
George Engel nació en Kassel, Alemania, el 15 de abril de 1836. Su padre Konrad era albañil de profeción, y murió antes de que George cumpliera los dos años de edad. Junto a sus otros tres hermanos, quedó al cuidado de su madre, que falleció cuando George tenía doce años. Durante un tiempo vivió con una familia sustituta, pero a los catorce años tuvo que buscar trabajo para sobrevivir. Fue aprendiz de zapatero, pero no podía mantenerse.
Viajó a Fráncfort del Meno encontrando finalmente trabajo como aprendiz de pintor. Trabajó a lo largo de toda Alemania y en 1868 logró abrir un negocio por su propia cuenta. Ese mismo año se casó, pero como la situación económica en Alemania no era nada favorable, decidió realizar su sueño juvenil de emigrar a los Estados Unidos. Abandonó Alemania en 1872. Llegó primero a Filadelfia en enero de 1873, y trabajó en una refinería de azúcar. En 1874 se trasladó a Chicago, y en 1876 abrió una juguetería.
Trabajando como obrero, Engel conoció lo que era el socialismo cuando uno de sus compañeros lo llevó a una reunión de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), entonces se unió a la Primera Internacional. En 1878 la ruptura entre las tendencias marxistas y anarquistas llevó a la disolución de la AIT, pero Engel se dedicó a formar otra organización, el Socialist Labor Party of North America, y finalmente, en 1882, se unió a la recientemente fundada International Working People’s Association.
Michael Schwab nació el 9 de agosto de 1853 en Bad Kissingen, Franconia, Alemania. De oficio encuadernador de libros. Emigró a los Estados Unidos en 1879 y vivió en Chicago, Milwaukee y en el oeste de los EE.UU. antes de radicarse de forma definitiva en Chicago en 1881.
Michael se hizo activista aún antes de haber ingresado a los Estados Unidos, escribiendo artículos para algunos periódicos alemanes radicales. Se unió al German Social Democratic Party en 1872. En los EE.UU. participó en los movimientos por los derechos de los trabajadores, uniéndose primero al Socialist Labor Party y luego a la International Working Persons Association. Fue redactor y co-editor del Arbeiter-Zeitung (Chicago), un periódico anarquista de inmigrantes alemanes.
Adolph Fischer nació el año 1858 en Bremen, Alemania (se ignora la fecha exacta de su nacimiento). Asistió a la escuela durante ocho años. Su padre asistía con frecuencia a reuniones socialistas, pero en la escuela a Fischer se le enseñó que el socialismo era un estilo de vida poco saludable. Sin embargo, después de observar las condiciones de trabajo en Alemania, Fischer llegó a la conclusión opuesta.
Fischer emigró a los Estados Unidos en 1873 a la edad de 15 años. Se convirtió en aprendiz de tipógrafo en una imprenta en Little Rock, Arkansas. Más tarde, en 1879, se mudó a St. Louis, Missouri, donde se unió a la Unión Tipográfica Alemana y en 1881, se casó con Johanna Pfauntz (tendrían tres hijos, una hija y dos hijos). Adolph y su esposa se mudaron en 1881 a Nashville, Tennessee, donde trabajó para su hermano como tipógrafo del Anzeiger des Südens, un diario para inmigrantes alemanes.
En 1883, se mudó con su familia a Chicago, Illinois, donde se convirtió en tipógrafo en el Arbeiter-Zeitung, un periódico pro-labor dirigido por August Spies y Michael Schwab. Fue entonces cuando se unió a la Asociación Internacional de Trabajadores y Lehr-und-Wehr Verein (Sociedad Educativa y de Defensa), organización militar socialista, fundada en 1875, en Chicago. El grupo se había formado para contrarrestar los ejércitos privados de las empresas en Chicago.
Los tres tuvieron una participación importante en el movimiento en favor de la jornada laboral de 8 horas.
La lucha por la jornada de ocho horas
Las innovaciones tecnológicas en la segunda mitad del siglo XIX modifican sustancialmente las formas de trabajo. Se pasa, de la clásica artesanía manual, a la concentración obrera en grandes centros fabriles en las periferias de las ciudades. El desarrollo del transporte y las comunicaciones hacen el resto, impulsando el comercio y la economía.
Simultáneamente la concentración en los suburbios de las grandes ciudades va dando forma a auténticos cinturones proletarios, con poblaciones hacinadas en barracas, tugurios y conventillos cercanos a los centros de producción.
Mientras tanto, el obrero recibe apenas una ínfima parte de la riqueza que crea con su trabajo, en agotadoras jornadas de 14 a 16 horas diarias. El grueso del gasto familiar es aportado por el hombre, ya que la mujer recibe aún un pago muy inferior al de aquél, apenas una cuarta parte.
La lucha por la jornada de ocho horas, provocó un movimiento internacional que se tradujo en innumerables actos, movilizaciones y huelgas, en las que se destacan por la combatividad que ponen en ello, los militantes anarquistas.
En Estados Unidos, ya en 1829 se registra una petición que demanda la jornada de ocho horas, presentada en la legislatura del Estado de Nueva York. Para 1880, en el país norteño se llega a emplear a más de 1.700.000 niños de entre 10 y 15 años, con salarios por lo general aún menores que el de las mujeres. Como réplica a tamaña explotación surgen los primeros sindicatos y asociaciones gremiales, que reclamarán una jornada de 8 horas diarias de trabajo.
En 1886, en la ciudad de Chicago, Estado de Illinois, centro industrial sumamente importante, las condiciones de trabajo eran extenuantes y el movimiento obrero bregaba por conseguir el límite legal, llegando a la huelga en reiteradas oportunidades.
La represión se manifestó con particular violencia. Poco tiempo antes de los sucesos de Chicago, en Milwaukee, una de esas huelgas había provocado una represión policial que dejó nueve muertos y un tendal de heridos. Hechos de ese tipo se repitieron en en Filadelfia, Louisville, Saint Louis, Baltimore.
Las movilizaciones que se llevaron a cabo el 1º de Mayo de 1886, en Chicago, sucedían en ese contexto y encontraron en el empresariado local, y la prensa que respondía a sus intereses, una dura resistencia.
Los obreros contestaron el lock out patronal y un movimiento de cerca de 40.000 trabajadores en huelga, llevaba actos de denuncia de la situación e insistía en el reclamo de establecimiento de la jornada máxima de ocho horas.
Uno de esos actos sucedió el 3 de mayo, frente a las grandes fábricas de maquinarias agrícolas McCormick Hervester Works, cuando un grupo de huelguistas se enfrentó con los esquiroles y la policía privada (los pinkerton) contratados por la patronal. La policía reprimió salvajemente a obreros, incluidos sus compañeras y niños y dejó por lo menos seis muertos entre ellos y más de cincuenta heridos.
La huelga se endureció y se sucedieron actos de repudio, organización del sepelio de los muertos y ayuda de los heridos. Al día siguiente, culminaron esas movilizaciones en un acto público que había sido autorizado por el Alcalde de la ciudad (al que había acudido personalmente para controlarlo). El acto se llevó a cabo en Haymarket Square, en el centro del distrito de aserraderos y frigoríficos y a media cuadra de la comisaría que allí existía.
Cuando el acto estaba terminando y quedaban un pequeño grupo de trabajadores escuchando al último orador de los muchos que habían hablado en la improvisada tribuna, y el Alcalde ya se había retirado del lugar, un fuerte contingente policial carga sin que nada autorizase a tal hecho, sobre la multitud. En esas circunstancias, una bomba arrojada contra los policías, provoca la muerte de uno de ellos.
Nunca se pudo identificar debidamente al autor del atentado, ni llegar a saber ni siquiera, si era una acto de provocación, instrumentado desde los grupos de represión.
El proceso
El 3 de mayo de 1886, luego de enterarse de la masacre en la fábrica McCormick Plant el día anterior, Engel asistió a un mitin en Grief’s Hall, al igual que Fischer. La reunión concluyó con la idea de celebrar un mitin la noche siguiente en Haymarket. Fischer era el encargado de imprimir las octavillas anunciando el evento. Los primeros panfletos, que estaban escritos en inglés y alemán, contenían la frase “Obreros, ármense y manifiéstense en toda vuestra fuerza”. August Spies, que había sido invitado a hablar en el mitin, se opuso y esta línea fue finalmente suprimida. Entonces Fischer preparó otra circular sin la polémica frase.
Esta reunión, posteriormente denominada por la acusación como “The Monday Night Conspiracy” (Conspiración del lunes por la noche), fue utilizada como prueba de que había una planificación en el atentado con explosivos de Haymarket. Un testigo aseguró que Engel había ideado un plan para volar las estaciones de policía y disparar a la policía en caso de ocurrir algún inconveniente. Engel alegó que estaba en la reunión solamente “porque se había propuesto dar ayuda a los huelguistas si la policía o los Pinkertons atacaban a los huelguistas”.
A la noche siguiente, 4 de mayo, Fischer asistió a la reunión de Haymarket y escuchó los discursos de August Spies, Albert Parsons y Samuel Fielden.
Esa misma noche, Schwab abandonó la oficina del Arbeiter-Zeitung, y se dirigió al mitin de Haymarket para encontrarse con su editor asociado, August Spies. Al no encontrarlo habló con su cuñado, Rudolph Schnaubelt, que luego fue acusado de arrojar la bomba. Schwab dijo que había estado en Haymarket por no más de 5 minutos. Luego fue a hablar en un mitin de obreros en Deering Reaper Works en la esquina de las calles Fullerton y Clybourn, en Chicago. Aquí permaneció mientras era arrojada la bomba, y finalmente se fue directo a su domicilio.
Al día siguiente, la policía llevó a cabo una redada en la sede del Arbeiter-Zeitung. Engel, conocido por ser un sindicalista muy activo, pese a que el día de los hechos había estado en su casa jugando a las cartas, fue detenido en el acto.
En los siguientes días se llevaron a cabo varios registros en domicilios de conocidos anarquistas, y decenas de activistas fueron detenidos. El 21 dejunio de 1886, se inició la causa contra 31 responsables, número que luego se redujo a ocho.
Fueron acusados de conspirar y organizar la matanza. A nadie se le atribuyó concretamente la acción de arrojar la bomba. La condición de extranjeros de la mayoría de ellos (George Engel, Michael Schwab, August Spies, Adolph Fischer, Louis Lingg, eran inmigrantes alemanes; el sexto, Oscar Neebe, había nacido en Estados Unidos, pero era de origen alemán. Albert Parsons también había nacido en Estados Unidos y era de origen inglés. El octavo acusado, Samuel Fielden, había nacido en Inglaterra), tuvo un enorme peso en la sociedad estadounidense, que temía la invasión de “ideas revolucionarias extranjeras”. De todos los acusados, solo August Spies y Samuel Fielden habían estado presentes en Haymarket durante la explosión.
El juez, Joseph Gary, desde el inicio se mostró muy hostil hacia los acusados y así se mantuvo a lo largo de todo el proceso.
La campaña de solidaridad con los acusados consiguió reunir 40.000 dólares para pagar a investigadores, cronistas que documentaran la totalidad del juicio y pagar los honorarios de los abogados defensores.
La defensa fue liderada por William P. Black (1842-1916), abogado de gran prestigio y veterano de la Guerra Civil estadounidense. Sin embargo, su buena reputación no pudo soportar la decisión de defender a los anarquistas y, como consecuencia, fue condenado al ostracismo por sus compañeros y perdió muchos clientes. Le acompañaron en el estrado los abogados Sigmund Zeisler (miembro de la Liga Antiimperialista), Moses Salomon y William Foster. Los acusados no solo tuvieron que hacer frente al cuerpo de policía de Chicago, sino también al imperio mediático. El New York Times publicó un artículo titulado La mano roja de la Anarquía en la que describió el incidente como el “fruto sangriento de las viles enseñanzas de los anarquistas”. El Chicago Times describió a los procesados como los “consejeros de los disturbios, el pillaje, el incendiarismo y el asesinato” y les tachó de “brutos”, “rufianes”, “monstruos”, “cobardes”, “asesinos”, “ladrones” y “criminales”. El biólogo británico Edward Aveling (1849-1898) llegó a decir que “si estos hombres finalmente son ahorcados, habrá sido el Chicago Times quien lo haya hecho”.
De los doce miembros del jurado que se formó, muchos confesaron tener prejuicios hacia los acusados, bien por su condición de extranjeros, bien por sus ideas anarquistas. El juez Gary no lo consideró motivo suficiente como para excluirles.
Por su parte, el Fiscal Julius Grinnell era consciente de que casi ninguno de los ocho procesados se hallaba presente en el lugar de los hechos el 4 de mayo, por lo que basó su acusación en que los procesados no habían hecho nada por desalentar a la persona que arrojó la bomba, por lo que eran tan culpables como el autor.
El veredicto
El 21 de agosto finalizó el juicio y el jurado declaró culpables a los ocho acusados. El juez Gary condenó a todos a muerte, salvo a Oscar Neebe, a quien impuso una condena de quince años de prisión.
Al conocer la sentencia Adolph Fischer dijo: “No hablaré mucho. Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponéis, porque no he cometido crimen alguno. He sido tratado aquí como asesino y sólo se me ha probado que soy anarquista. Pues repito que protesto contra esa bárbara pena, porque no me habéis probado crimen alguno. Pero si yo he de ser ahorcado por profesar las ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana, entonces, yo lo digo muy alto, disponed de mi vida.
Aunque soy uno de los que prepararon el mitin de Haymarket, nada tengo que ver con el asunto de la bomba. Yo no niego que he concurrido a aquel mitin, pero aquel mitin”…
Al llegar a este punto, el defensor, Mr. Salomón, lo llamó aparte y le aconsejó que no continuara en aquel tono. Entonces Fischer, volviendo la espalda, dijo: “Sois muy bondadoso, Mr. Salomón. Sé muy bien lo que digo” y continuó.
“Ahora bien; el mitin de Haymarket no fue convocado para cometer ningún crimen; fue, por el contrario, convocado para protestar contra los atropellos y asesinatos de la policía en la factoría de Mc. Cormicks. El testigo Waller y otros han afirmado aquí que pocas horas después de aquellos sucesos habíamos tenido una reunión previa para tomar la iniciativa y convocar una manifestación popular. Waller presidió esta reunión y él mismo propuso la idea del mitin en Haymarket. También fue él quien me indicó para que me hiciera cargo de buscar oradores y redactar las circulares. Cumplí este encargo invitando a Spies a que hablara en el mitin y mandando imprimir
25,000 circulares. En el original aparecían las palabras ¡Trabajadores, acudid armados! Yo tenía mis motivos para escribirlas, porque no quería que, como en otras ocasiones, los trabajadores fueran ametrallados indefensos. Cuando Spies vio dicho original se negó a tomar parte en el mitin si no se suprimían aquellas palabras. Yo deferí a sus deseos y Spies habló en Haymarket. Esto es todo lo que tengo que ver en el asunto del mitin”…
Yo no he cometido en mi vida ningún crimen. Pero aquí hay un individuo que está en camino de llegar a ser un criminal y un asesino, y ese individuo es Mr. Grinnell, que ha comprado testigos falsos a fin de poder sentenciarnos a muerte. Yo lo denuncio aquí públicamente. Si creéis que con este bárbaro veredicto aniquiláis a los anarquistas y a la anarquía, estáis en un error, porque los anarquistas están dispuestos siempre a morir por sus principios, y éstos son inmortales… Este veredicto es un golpe de muerte dado a la libertad de imprenta, a la libertad de pensamiento, a la libertad de palabra, en este país. El pueblo tomará nota de ello. Es cuanto tengo que decir”.
En su declaración, Michael Schwab expresó los verdaderos motivos de su condena y la de sus compañeros: “Hablaré poco, y seguramente no despegaría mis labios si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que acaba de desarrollarse.
Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento social no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo, y ese cambio viene, ese cambio no puede menos que llegar…
Si nosotros calláramos, hablarían hasta las piedras. Todos los días se cometen asesinatos; los niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas, y no he visto jamás que las leyes castiguen estos crímenes…
Como obrero que soy, he vivido entre los míos; he dormido en sus tugurios y en sus cuevas; he visto prostituirse la virtud a fuerza de privaciones y de miseria, y morir de hambre a hombres robustos por falta de trabajo. Pero esto lo había conocido en Europa y abrigaba la ilusión de que en la llamada tierra de la libertad, aquí en América, no presenciaría estos tristes cuadros. Sin embargo, he tenido ocasión de convencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejo mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones inmundas, sin ventilación ni espacios suficientes; dos y tres familias viven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunos restos de verdura. Las enfermedades se ceban en los hombres, en las mujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños. ¿Y no es esto horrible en una ciudad que se reputa civilizada?
De ahí, pues, que haya aquí más socialistas nacionales que extranjeros, aunque la prensa capitalista afirme lo contrario con objeto de acusar a los últimos de traer la perturbación y el desorden desde fuera.
El socialismo, tal como nosotros lo entendemos, significa que la tierra y las máquinas deben ser propiedad común del pueblo. La producción debe ser regulada y organizada por asociaciones de productores que suplan a las demandas del consumo. Bajo tal sistema todos los seres humanos habrán de disponer de medios suficientes para realizar un trabajo útil, y es indudable que nadie dejará de trabajar.
Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien dice que esto no es americano. Entonces, ¿será americano dejar al pueblo en la ignorancia, será americano explotar y robar al pobre, será americano fomentar la miseria y el crimen? ¿Qué han hecho los partidos políticos tradicionales por el pueblo? Prometer mucho y no hacer nada, excepto corromperlo comprando votos en los días de elecciones. Es natural después de todo, que en un país donde la mujer tiene que vender su honor para vivir, el hombre se vea obligado a vender su conciencia…
“El anarquismo está muerto”, ha dicho el fiscal. El anarquismo hasta hoy sólo existe como doctrina, y Mr. Grinnell no tiene poder para matar ninguna doctrina. El anarquismo es hoy una aspiración, pero una aspiración que se realizará algún día… La anarquía es un orden sin gobierno. Es un error emplear la palabra anarquía como sinónimo de violencia, pues son cosas opuestas. En el presente estado social, la violencia se emplea a cada momento, y por eso nosotros propagamos la violencia también, pero solamente contra la violencia, como un medio necesario de defensa”.
George Engel, por su parte, profirió el siguiente discurso: “Es la primera vez que comparezco ante un tribunal norteamericano, y en él se me acusa de asesino. ¿Y por qué razón estoy aquí? ¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por la misma que me hizo abandonar Alemania; por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora. Aquí también, en esta “República Libre”, en el país más rico de la tierra, hay muchos obreros que no tienen lugar en el banquete de la vida y que como parias sociales arrastran una vida miserable. Aquí he visto a seres humanos buscando algo con que alimentarse en los montones de basura de las calles.
[…] Cuando en 1878 vine desde Philadelphia a esta ciudad creí iba a hallar mas fácilmente medios de vida aquí, en Chicago, que en aquella ciudad, donde me resultaba imposible vivir por más tiempo. Pero mi desilusión fue completa. Entonces comprendía que para el obrero no hay diferencia entre Nueva York, Philadelphia y Chicago, así como no la hay entre Alemania y esta tan ponderada República. Un compañero de taller me hizo comprender, científicamente, la causa de que en este país rico no puede vivir decentemente el proletario. Compré libros para ilustrarme más y yo, que había sido político de buena fe, abominé de la política y de las elecciones y comprendí que todos los partidos estaban degradados y que los mismos socialistas demócratas caían en la corrupción más completa.
Entonces entré en la Asociación Internacional de los Trabajadores. Los miembros de esta Asociación estamos convencidos de que sólo por la fuerza podrán emanciparse los trabajadores, de acuerdo con lo que la historia enseña. En ella podemos aprender que la fuerza libertó a los primeros colonizadores de este país, que sólo por la fuerza fue abolida la esclavitud y que, así como fue ahorcado el primero que en este país agitó a la opinión contra la esclavitud, vamos a ser ahorcados nosotros.
[…] ¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonen millones […], otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizadas en beneficios de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar […] La noche en que fue arrojada la primera bomba en este país, yo estaba en mi casa y no sabía una palabra de la ‘conspiración’ que pretende haber descubierto el ministerio público. Es cierto que tengo relación con mis compañeros de proceso, pero a algunos sólo los conozco por haberlos visto en las reuniones de trabajadores. No niego tampoco que he hablado en varios mítines ni niego haber afirmado que, si cada trabajador llevara una bomba en el bolsillo, pronto sería derribado el sistema capitalista imperante. Esa es mi opinión y mi deseo, [pero] no combato individualmente a los capitalistas; combato al sistema que produce sus privilegios. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes sus amigos. Todo lo demás merece mi desprecio. Desprecio el poder de un gobierno inocuo. Desprecio a sus policías y a sus espías.
En cuanto a mi condena, que fue alentada y decidida por la influencia capitalista, nada más tengo que decir”.
Muerte
Con cincuenta años de edad George Engel subió al cadalso el 11 de noviembre de 1887, junto a Fischer, Parsons y Spies (Louis Lingg se suicidó en la celda). Como habían hecho en incontables manifestaciones anteriores, cantaron La Marsellesa, el himno revolucionario por excelencia.
Schwab escribió al gobernador de Illinois Richard James Oglesby por clemencia y Oglesby conmutó su sentencia junto con la de Samuel Fielden por la de prisión perpetua. Estuvo convicto por siete años en la penitenciaría de Joliet antes de ser perdonado con los otros dos imputados por el gobernador de Illinois, John Peter Altgeld el 26 de junio de 1893.
Luego de su liberación, continuó escribiendo para el Arbeiter-Zeitung y abrió una zapatería en la que también vendían libros sobre reivindicaciones obreras, pero su salud estaba muy deteriorada por sus años de prisión y el negocio fracasó. Schwab murió de una enfermedad respiratoria contraída en la prisión de Joliet, el 29 de junio de 1898.
Después de que Schwab y Fielden escribieran al gobernador de Illinois Oglesby, Fischer se negó a pedir clemencia. Sus últimas palabras fueron: “¡Hurra por la anarquía! ¡Este es el momento más feliz de mi vida!”
Después de la muerte de Adolph, su esposa Johanna y sus hijos regresaron al área de St. Louis, viviendo cerca de su hermano Rudolph Pfauntz en Maple Wood, un suburbio de St. Louis, Missouri.
George Engel y Michael Schwab están enterrados en el cementerio alemán Waldheim (actualmente Forest Home Cemetery) junto con los otros seis mártires de Chicago.
José Martí, testigo de los hechos
Nuestro José Martí, como periodista cubrió la noticia y su nota fue publicada por el diario La Nación el 13 de noviembre de 1887, este es su relato:
“…Acusados de autores o cómplices de la muerte espantable de uno de los policías que, intimó la dispersión del concurso reunido, para protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la policía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó después la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas graves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete.
Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso.
La república entera ha peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un abogado benévolo, una niña enamorada de uno de los presos, y una mestiza de india y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento.
Amedrentada la república por el poder creciente de la casta llana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, contenido sólo ante las rivalidades de sus jefes, por el deslinde próximo de la población nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas, determinó valerse por un convenio tácito semejante a la complicidad, de un crimen nacido de sus propios delitos tanto como del fanatismo de los criminales, para aterrar con el ejemplo de ellos, no a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes.
El horror natural del hombre libre al crimen, junto con el acerbo encono del irlandés despótico que mira a este país como suyo y al alemán y eslavo como su invasor, pusieron de parte de los privilegios, en este proceso que ha sido una batalla, una batalla mal ganada e hipócrita, las simpatías y casi inhumana ayuda de los que padecen de los mismos males, el mismo desamparo, el mismo bestial trabajo, la misma desgarradora miseria cuyo espectáculo constante encendió en los anarquistas de Chicago tal ansia de remediarlos que les embotó el juicio.
Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojo rendido a la súplica y a la lisonja de la casta rica que le pedía que, aun a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada…
…Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en la de Spies, orgullo en la de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: “La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”…
La conmemoración mundial del Primero de Mayo
El 14 de julio de 1889, al celebrarse el centenario de la Revolución Francesa, se reunió en París un congreso internacional de trabajadores que decidió conmemorar anualmente, a partir del 1º de Mayo de 1890, en todo el mundo, ese día de lucha en homenaje a los mártires de Chicago.
Sin embargo, el dirigente Peter J. Mac Guire (1852-1906) propuso en 1882 en un mitin de la Central Labor Union, de Nueva York, celebrar el primer lunes de septiembre como “Fiesta de los que trabajan”. Así nació el Labor Day norteamericano, que se celebró el lunes 5 de septiembre de 1882 por primera vez con un desfile, concierto y picnic.
Desde entonces, y más aún luego de los sucesos de Chicago, el sindicalismo oficial de los EE.UU. con apoyo del Gobierno, celebra esa “fiesta” cada primer lunes de septiembre y ayuda con celo inigualable a los patrones para que millones de trabajadores se olviden del real sentido del 1º de mayo, y hasta de la fecha misma.
Se ha pretendido así olvidar el bochornoso juicio de Chicago de l887 y a aquellos que murieron injustamente en la horca, hecho que le dio identidad al 1º de Mayo.
En la actualidad se considera que su juicio estuvo motivado por razones políticas y no por razones jurídicas, es decir, se juzgó su orientación política libertaria y su condición de rebeldes, más no el incidente en sí mismo.
Magnifico artículo, muy bien documentado que expone en forma clara y concreta los sucesos que dieron origen a la celebración del 1ro. de Mayo.
Muchas gracias por su opinión. Saludos.