Un periódico hecho por jóvenes
Comienza a publicarse en La Habana, El Americano Libre, periódico organizado por un grupo de jóvenes alumnos de la cátedra de Constitución del Colegio Seminario de San Carlos de La Habana, fundada en 1820 por el padre Félix Varela, al amparo del restablecimiento en España, ese mismo año, del sistema constitucional decretado por Fernando VII, que trajo a Cuba igual situación política y la consecuente libertad de imprenta.
Esta publicación tenía el propósito de: «esparcir las luces y conocimientos que estén a nuestro alcance, contribuyendo por este medio a la ilustración de los pacíficos habitantes de este delicioso país, que es el blanco de todas las potencias ambiciosas, queremos que los ciudadanos liberales se comuniquen sus ideas unos a otros; puesto que por la imprenta libre se trasmiten las noticias con la misma velocidad que el relámpago y nuestro objeto es que el universo político conozca la civilización de la culta Habana”.
El título escogido revelaba la diferencia que estos estudiantes establecerían entre ellos y los españoles. Fue tanta su demanda, que hubo necesidad de reimprimir el número inicial. De la imprenta del Comercio, salía los miércoles, viernes y domingo. Su lema era «Nihil difficile volenti» (Nada es difícil dispuesto).
Dirigido por el abogado Evaristo Zenea y Luz, quien firmó algunos de sus artículos, colaboraron en sus páginas, intelectuales como Domingo del Monte, José Antonio Cintra y el periodista argentino asentado en Cuba, José Antonio Miralla. Pese a ser eminentemente un periódico político, contaba con una sección muy interesante, titulada “Caja de menudencias”, donde aparecían noticias variadas y diversas producciones literarias, en especial poesías.
Desde sus páginas se reclamaban los derechos de los ciudadanos, el cumplimiento del deber por parte de los magistrados y el impulso a la instrucción pública. Estaban, pues, inspirados en lo que denominaron “dulces sentimientos patrióticos”. Dada la importancia de la publicación y las características de la época en que se editaba, donde todos los que se oponían a los abusos del gobierno eran perseguidos, sus colaboradores se ocultaban, tras seudónimos tales como: Desval, El habanero sentido, Aristarco.
Cesó de publicarse en 1823. Fue sustituido por El Revisor Político y Literario.